agosto 08, 2007

Y con ustedes...

Las sabanas húmedas de
soledad y hastió se despegan melancólicas de mi jodido cuerpo.
La cabeza me gira cual caballito de feria pueblerina.

Una contracción en el abdomen me obliga a arquearme repentinamente y como resultado: un collage acuoso color rosa aparece a un costado de mi cama, cercando la punta de agujeta de esos tennis negros a rayitas blancas que me fascinan, figúrese usted un cuadro juvenil de Kandisky.

Me tumbo nuevamente en la cama y aspiro profundamente. Me ilusiona la idea de imaginarme que es aire fresco lo que entra en mis cavidades nasales.

Restos de nieve blanquecían hacen un mínimo efecto en mi cerebro, definitivamente muy tarde.

Mi capacidad de retención de eventos no deseados y hechos a base de la inconciencia de mis actos es tan increíble como la triste historia de la cándida Heréndira y su abuela desalmada de tal autor, en la edición tal, de tantas hojas y de tal año, en una tal reimpresión… ¿Que decía de la retención de datos algunos innecesarios y otros tantos nunca utilizables!

Una descarga de lucidez en mi cabeza, en perfecta sincronía con la transformación de mis ojos en plato de ensalada tamaño gigante, hace que salte cual gusarapo con sal en la panza, solo para estrellarme con la puerta y darle la bienvenida a modo de presentación de circo pueblerino:

¡Con ustedes señores, ex – señoritas, puercos- vomitones, niños y niñas defin!

(Redobles de tambores y cornetas uniformes, serpentina y escarlatina y en la tina la niña ahogada que ni a tapar el pozo alcanzo de la prisa de ahogar el grito.)

¡Laaaaaaaaa cuuuuuuuulllllllpaaaaaaaaaaaaaaaaaa!

¡Si, la culpa! Esa perra que ya me había abandonado y que ni mal recuerdo tenía yo de esa prematura y urgente separación.

Y míreme aquí formando parte de mi collage rosita que del salto y del grito similar al de la niña ahogada y a estas alturas ya aguada; ni cuenta de donde pisaba; pero eso si con los pies bien puestos y aunque la cabeza cargada de ediciones, confusiones y desilusiones obsesas: eso sí, muy mías. Me enfundo en unos jeans sucios, sacudo la agujeta; ahora rosita; y emprendo la retirada de esta habitación. Me voy despacito, como quien no quiere ni escucharse a si mismo, pienso en tocarle a aquella que me soporto toda la noche las mordidas y arrimones, me controlo la exigencia, la poca agudeza y es que aunque flaquita, es bravísima.

Ni excusa a mi atrevidísimo comportamiento ante semejante fémina; y es que solo de mirarla, auque sea de reojo te enciende las pasiones y no pides, le suplicas que te deshaga en la cama, en la hamaca o en donde quiera y deje; pienso en aventarme del balcón o esconderme en un cajón, aunque hay algo peor: la hora del checador.

“Este consomé le va a levantar hasta el alma”.

Me ilusiona la idea de que estas palabras tengan una pizca poética, no reparo ni en los acentos, ni en las muletillas, ni en el tiempo. Me pido otra chela sin premura laboral, para pasarme lo enchilada y aunque apenada y retardada, desayunada me siento menos rara y hasta le tengo fe a las palabras del compadre.

Miro el cielo. ¡Que bonito se ve el sol!